Como argentino que ha visto de primera mano los impactos del cambio climático en nuestras ciudades y comunidades, hablar de infraestructura resiliente al clima se vuelve cada vez más importante. Las olas de calor más intensas, las lluvias torrenciales y las sequías prolongadas no son algo que podamos ignorar. Estas condiciones extremas están afectando nuestras vidas cotidianas y, a largo plazo, nuestra infraestructura. Pero, ¿qué significa exactamente tener una infraestructura “resiliente al clima”?

¿Qué es la infraestructura resiliente al clima?

La infraestructura resiliente al clima se refiere a construcciones y sistemas diseñados para resistir y adaptarse a los efectos del cambio climático. En lugar de simplemente reparar los daños después de que ocurren desastres naturales, este tipo de infraestructura está planificada para minimizar los riesgos desde el principio. Por ejemplo, en lugar de construir carreteras que puedan inundarse fácilmente, se diseñan carreteras elevadas o con sistemas de drenaje más avanzados. El objetivo es que nuestras ciudades y sistemas funcionen, incluso cuando el clima se vuelve impredecible.

Un buen ejemplo que hemos visto en Argentina es la construcción de defensas costeras en lugares vulnerables a inundaciones, como las que se han implementado en el Delta del Paraná. Estas obras no solo protegen a las comunidades de las crecidas del río, sino que también se diseñan pensando en el aumento del nivel del mar y las lluvias más intensas que podrían ser más comunes en el futuro.

¿Por qué es tan importante?

El cambio climático no es algo que pasará en un futuro lejano; ya lo estamos viviendo. Las inundaciones, incendios forestales y tormentas extremas están afectando la infraestructura que utilizamos a diario, desde puentes y carreteras hasta sistemas de energía y agua. Si no tomamos medidas para mejorar nuestra infraestructura, estas catástrofes pueden tener un impacto devastador en nuestras economías y sociedades.

En Argentina, por ejemplo, las sequías prolongadas están afectando tanto al sector agrícola como a nuestras reservas de agua potable. Las ciudades que no están preparadas para lidiar con estas situaciones pueden enfrentar problemas graves, como cortes de energía, escasez de alimentos y daños estructurales. Adaptar nuestra infraestructura para resistir estos desafíos climáticos no solo protege nuestras comunidades, sino que también ayuda a reducir los costos de recuperación tras un desastre.

Además, la infraestructura resiliente al clima puede influir en las decisiones de inversión, como por ejemplo, en invertir en propiedades residenciales en América del Sur, donde la adaptación al cambio climático se vuelve un factor clave para asegurar la viabilidad de dichas inversiones a largo plazo.

Elementos clave de la infraestructura resiliente

Una infraestructura resiliente al clima se construye con varios factores en mente. Algunos de los más importantes incluyen:

  • Utilizar materiales que puedan resistir condiciones climáticas extremas, como el calor intenso, la humedad o las inundaciones.
  • Implementar tecnologías que monitoreen y reaccionen a los cambios climáticos. Por ejemplo, sistemas de alerta temprana para desastres naturales.
  • Construir estructuras que puedan adaptarse a nuevas circunstancias, como aumentar la capacidad de los desagües pluviales en áreas donde las lluvias extremas se vuelven más frecuentes.
  • Diseñar edificios y sistemas de transporte que consuman menos energía, lo cual no solo reduce el impacto ambiental, sino que también ayuda a mitigar el cambio climático.

El papel de las políticas públicas

Crear infraestructura resiliente al clima no es solo una cuestión de ingenieros y arquitectos, también es un tema de políticas públicas. Los gobiernos tienen que ser los principales impulsores de este cambio, creando regulaciones y apoyando proyectos que promuevan la sostenibilidad. En Argentina, algunos proyectos ya están en marcha, pero aún queda mucho por hacer. Necesitamos más inversión en infraestructura verde, como los sistemas de transporte público eléctricos y las energías renovables, para asegurar que nuestras ciudades estén preparadas para enfrentar los desafíos del futuro.